Por Cecilia Pedraza Cameros
Soñamos mientras recordamos.
Recordamos mientras soñamos.
Gaston Bachelard
Soñar es una acción vital incluso para aquellos que han sido condenados al insomnio, pues en sus horas desiertas trazan pedazos de imágenes, de palabras con las que diseñan sueños artificiales. El mundo onírico es un simulacro de la presencia, funciona como una maquinaria perfecta donde el montaje del tiempo se despliega sobre la estructura de otro espacio y permite el desdoblamiento del ser. Este desdoblamiento en ese otro cronotopo genera en el soñador una duda: “¿esto es real?” Y presiente que sólo puede vaciarse en palabras aquello que acontece párpados adentro. Sin embargo, para que esto suceda es necesario que el soñador sea también un poeta. Así es como Javier Tinajero nos presenta Párpados y pájaros (2014), un poemario que utiliza el sueño como pre-texto, como ese texto que antecede al libro final.
En el título el autor crea una oposición interior/exterior porque los párpados también emprenden el vuelo, sólo que lo hacen hacia dentro, mientras que los pájaros emigran con cada estación. Por eso el lector debe preparar su mirada para trasladarla de una espacialidad a otra. En el preámbulo nos reciben los epígrafes de Vicente Huidobro, Homero Aridjis y Roberto Fernández Retamar que crean una tríada temática: noche, sueños, vida. Debe tenerse en cuenta que estos funcionan siempre y cuando se tengan presentes a sus contrarios y esta dialéctica permite comprender la totalidad que Javier Tinajero instaura en sus poemas. El libro se divide en siete apartados —pero prefiero llamarlos estaciones porque se trata de parajes en los que nos detenemos un momento, el de la lectura— cada uno representado con un número romano y un subtítulo. De esta manera, en la primera estación llamada SUEÑOS A LA DERIVA leemos un epígrafe de José Emilio Pacheco quien habla del mar.
El lector notará que aunque hay poemas donde el mar es presencia viva como en “Mar: palabra abierta”, que habla de la sed del amante que quiere saciar en la amada; en “Oscuro (a)mar”, único poema que se fija en el insomnio de la cama pero se rinde en los brazos del día junto al cuerpo de la mujer querida; e incluso se escucha su eco en el poema “Mariana”, mujer de agua y sueño que el poeta busca «adentro de los ojos/ sumergido en el oleaje del pensamiento» pero que le resulta inabarcable como él mismo confiesa: «sin darme cuenta que no puedo nadar en ti porque eres demasiado enorme». Pues bien, no debe olvidarse que el yo que sueña nos llevará también de “Júpiter al mediodía”, en el que el pensamiento es descrito como gas y soledad, hacia “Miércoles”, día de naufragio que hace musitar al poeta «cuánto me haces falta/ en donde encalla el olvido». En ellos identificamos la disposición de una voz desde la cual se enuncia el yo: «Soñé que no podía despertar/ y aquí sigo», pero también aparece otra, una con quien el yo funda una comunicación: «¿Te acuerdas cuando nos soñábamos?» para transformarse en una voz plural, en un nosotros. Estas voces comunicadas se escuchan en los distintos textos.
Las oposiciones también se crean en los subtítulos de los apartados. La segunda estación llamada LA NECESIDAD DE DORMIR se opone a la quinta que lleva por nombre LA NECESIDAD DE NO DORMIR. Esta oposición indispensable permite observar las actividades que se llevan a cabo en una y otra. Principian también los poemas visuales, textos que conjugan palabra e imagen. Un ejemplo es el poema “Este sueño se escapa de la memoria” que forma una inusitada clepsidra del sueño en la que la memoria y el olvido se enlazan en el centro del texto. En la primera necesidad el sueño se instaura desde la “Nada” que «es una palabra soñándose»; pero también parte desde la realidad, aunque esta sea considerada como mera ilusión. En este poema, “Esta terca ilusión llamada ‘Realidad’”, hay una disociación entre el sueño y la vida, como si aquel fuera su contrario y lo único que permite enlazarlos es la palabra que funge como guía. Con el poema “Lucidez” entrevemos una idea fundante «Nada perdura». La vida es ese instante que sueña consigo, pero como tal es pasajero, materialmente inaprensible pero capaz de ser evocada en la poesía.
Sueño e insomnio conforman el vaivén textual de estos apartados. En el insomnio, que significa la falta de sueño, está, sin embargo, presente la ausencia; es decir, el yo es un insomne debido a esta. Lo dice en “Desahogo”: «Necesito remendar la memoria/ de mi tempestad en la boca/ pues me tragué todas tus ausencias». Además, se trata de un poema visual porque la ausencia cae en el yo, de ahí que no necesite alcaloide alguno para provocar el insomnio. Ahí está “Ficción de cafeína”:
Ante nada
no cede
esta fiera
locura
este lunes
viernes
sin luna
de tu ausencia
que vaga
perdida […]
Puede observarse la ausencia de ese alguien que solo el yo que enuncia conoce y recuerda una vez que «se enciende/el anochecer/al sabor/lúcido/del café/caliente.» Primero tiene lugar la ausencia, después la bebida. La falta de sueño, que no de sueños, provoca además breves reflexiones moldeadas en haikús donde la observación de la realidad se conjuga con el imaginario que surge en el sueño.
LA NECESIDAD DE ESTAR DESPIERTO y DESPERTAR NO BASTA forman otra dualidad. En esta la realidad y lo cotidiano son introducidos por el recurso del tiempo. Si en los anteriores se había manifestado la idea fundante de lo efímero, en estos poemas se notará cómo operan las horas en la vida, como sentencia clara: «Aquí es ahora». No es de extrañar que se encuentren dispersos, a lo largo del poemario, algunos días de la semana. El lunes, por ejemplo, arrastra consigo al yo en el trajinar de la existencia: «Estás al borde de la puerta/ y te preguntas si es entrada o salida/ dentro o fuera/ hay un mundo». El sueño sigue ahí, pero surge en la luminosidad del día lo que conllevaría a una posible comprensión de la experiencia como se lee en el poema “Buda posmoderno”: «Soñó despierto/ que todavía era joven/ y que aún podía despertar». Entonces, la mirada del que sueña debe permanecer atenta para comprender lo que sucede en ambas realidades, la del sueño y en la cotidianidad.
Memoria y olvido son dos elementos que dan forma al sueño. Dice Antonio Machado (1875-1939) que “De la memoria sólo vale el don preclaro de evocar los sueños”. Ese movimiento que subyace en el verbo “evocar” le permite al poeta traer de la infancia la presencia del abuelo en el poema “De noche en las noches”: «mientras volteo al asiento trasero/ y está mi abuelo/ quien gustoso de verme/ me da un coco y me sienta en sus piernas:/ —Estás soñando —me dice.» El padre y el hermano también están en “Recuerdos en la nariz”. La infancia contenida en el texto a través del sueño. Gaston Bachelard (2000) en su libro “La poética de la ensoñación” menciona que las imágenes poéticas nacen del fondo de la memoria, traen consigo la atmósfera del recuerdo. No hay infancia sin el refugio que brinda una casa, pero en los poemas no existe un lugar así, un terremoto la destruyó. No obstante, la voz del yo que sueña ha estado en otras habitaciones, o eso recuerda, habitaciones que siempre tienen una ventana pues es necesaria para volver la mirada hacia el recuerdo, pero cuando la casa está en venta cuida en dejarla vacía: «Se vende casa/ sin puerta/ sin ventanas/ y sin techo/ de recuerdos/ escurridizos.» Es la seguridad del que lleva los recuerdos y los sueños consigo.
SOÑAR AÑOS SIN REPARO seduce por el erotismo que exhalan los poemas. “Marzo” tiene la primavera en sus líneas y a una joven «desnuda/ con las piernas abiertas» dispuesta al amor. Sueños líquidos y “palabras que arden”, que despiertan el lenguaje del deseo que se habla en ese otro plano que es el mundo onírico. Dice Luis de Góngora en uno de sus versos: “El sueño, autor de representaciones”, quizá por eso Javier Tinajero retoma el título de la obra “La vida es sueño” de Calderón de la Barca (1600-1681) para cerrar su poemario, pero también para abrirse hacia algo más. Si en el preámbulo encontramos un texto de una circularidad manifiesta en el título “El principio y el final”, el poeta se asegura de dibujar el infinito: «Todo lo que comienza se termina/ y todo lo que acaba/ abre algo nuevo.» Los textos se inscriben en la inquietud que desde la antigüedad ha tenido la humanidad hacia el sueño. Diversos autores de distintas latitudes han escrito acerca de su influencia. Han sido considerados como visiones proféticas, advertencias y han sido motivo de teorías para explicar el comportamiento del ser humano. Sin embargo, el libro Párpados y pájaros nos ofrece las imágenes poéticas que sólo pueden ser creadas por un “soñador de palabras”.