Foto de María Vintage
Por Elsa Covián
La realidad puede caerse con el muro que se desmorona o con el mero acto cotidiano y simple de despertar. Porque despertar, según Javier Tinajero, el poeta ensoñador, va más allá de dejar el universo onírico para integrarnos nuevamente a la vigilia. Despertar es tomar conciencia, pero no sólo en esta “ilusión terca” que concebimos como real. Sino también en este otro mundo que habitamos en nuestros sueños y que por efecto de algún conjuro misterioso, aparece ante nosotros tan sólido, coherente y verdadero, como cualquier absurdo, irracional o disparatado evento de los que vivimos o presenciamos mientras estamos despiertos.
El ensoñador transita entre estos dos universos, sueño y vigilia, con el pasaporte de la lucidez. El poeta, registra sus hallazgos, y los revela ante nosotros con el único lenguaje posible, el único que sirve en estos casos. Así, de asombro en asombro, se pregunta, por ejemplo, si la noche está dormida o despierta, y afirma que el movimiento que la luna describe a través de la ventana es simultáneamente ilusión y realidad. Esto sólo es posible cuando se descubre que entre una y otra no existen fronteras.
En el mundo explorado, nos dice el autor, la melancolía sabe a quesadillas y la noche, aderezada con tempestad, sabe a rayos. El tiempo, ingrediente indispensable para vivir, soñar y morir, habita siempre en el Aquí y ahora, (lugar común cuyo significado muy pocos conocen), y la realidad es tan real, como la memoria que se desvanece en el preciso instante que surge.
Sin embargo, nos dice el poeta, sí hay algo que dura, que se prolonga eternamente como un eco infinito: lo efímero. Porque un solo instante contiene todo el pasado que traspasa la memoria, todo el devenir que podamos proyectar hacia la pantalla de humo que ubicamos, por una inexplicable convención colectiva, allá, donde creemos que está el horizonte. “El pasado también fue futuro”, nos dice.
Y así va, de instante en instante, dejándose conducir por la brújula de la palabra, esa que puede llevarnos hacia un camino de nube, pero que también puede ser lastre y que nos que nos recuerda que no importa cuán alto lleguemos, en la vida o en el sueño, aún estamos sujetos a la ley de la gravedad.
Como la voz del poeta es colectiva, al escucharla, nos escuchamos. Nos descubrimos. Así que en nombre de la tribu, agradezco a la madrugada, al café cargado, al insomnio, al silencio, al sueño y a la lucidez, por ser el material que forma este libro, que más que un libro de poemas, es una invitación, un recordatorio que nos hace abrir los ojos ante la imperiosa y vital necesidad de estar despiertos.
Octubre del 2014,
Casa del Poeta “Ramón López Velarde”,
Ciudad de México.