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Hace tiempo que vengo leyendo a Mark Strand. Su poesía me parece tremenda, sus metáforas son igual de precisas que un reloj atómico, sus versos suelen estar tan afilados que cortan el tiempo en porciones perfectas de presente. Para mí Strand escribe meditaciones, ralentiza el tiempo o nos alerta de su velocidad. Lo usa para atrancar el mecanismo del absurdo cotidiano y abrir en el lector una pausa, una que sólo se logra con el silencio y la calma, ambas formas de sosiego necesarias para fertilizar el pensamiento. Es en esa misma quietud en que el poeta se sienta a contemplar las estrellas y se pone a pensar sobre la vida:
Estamos aquí tan sólo por un corto tiempo. Y creo que haber nacido es un accidente tan afortunado que estamos casi obligados a prestar atención. Somos —hasta donde sabemos— la única parte del universo que es autoconsciente. Podríamos incluso ser la forma de conciencia del universo. Podríamos haber venido para que el universo pudiera mirarse a sí mismo. No lo sé, pero estamos hechos de las mismas cosas de las que están hechas las estrellas, o que flotan en el espacio, pero estamos combinados de tal manera que podemos describir lo que es estar vivo, ser testigos de ello.

La tarea del poeta, o todo escritor —parece decirnos Strand—, es ser el testigo del universo, señalando que el fortuito incidente cósmico de haber nacido nos da la oportunidad de expresar qué es estar vivos. Y puesto que nuestra percepción está cifrada en la misma estructura que sostiene todos los átomos del universo (la impermanencia de todas las cosas), nuestra existencia también está desde el principio acompañada por la certeza de su fin. ¿Por qué entonces nos sorprende la finitud de todo lo que amamos y, sobre todo, nuestra propia mortalidad? Si el universo mismo está en constante cambio, la muerte entonces es el motor. Tal vez por eso Rainer Maria Rilke dijo con genio que «la muerte es nuestra amiga», precisamente porque nos lleva a una presencia absoluta y apasionada con todo lo que sucede en el único momento que puede suceder: ahora. «Eso es natural, eso es amor», remata Rilke. Y Strand que alguna vez dijo que Rilke era una gran influencia en su escritura, remataría que por eso los poemas «son la expresión irrefutable de lo que no puede expresarse de ninguna otra forma» y «no tienen por qué tener sentido», como las formulas matemáticas o las ecuaciones de la física que de cierta manera revelan lo que el universo quiere saber sobre sí mismo.
Esa es el la inquietud del poema que traduzco a continuación: The End (El final), donde Mark Strand pone a la muerte como testigo de su propia transitoriedad.
El texto está contenido en el libro: Collected Poems y fue publicado el mismo año en que murió el poeta, en 2014.
(Nota: Recomiendo escuchar primero el audio en inglés y después leer la traducción).
Voz de Laylage: www.luminouswork.org
El final
por Mark Strand
Nadie sabe lo que deberás cantar al final
mirando el muelle mientras el barco se va alejando
o cómo será cuando te abrace el rugido del mar ahí, inmóvil, al final
o en qué pondrás esperanzas cuando sea claro que ya nunca volverás.
Cuando pase el tiempo de cortar la rosa o acariciar al gato,
cuando ya no hayan más atardeceres que incendien el pasto
ni luna llena que lo pueda congelar, nadie sabe lo que descubrirás en su lugar.
Y cuando el peso de tu pasado ya no tenga nada en qué sostenerse, y el cielo ya no sea
sino luz recordada, y las historias acumuladas de las nubes se apaguen
y cuando todos los pájaros se queden suspendidos a la mitad del vuelo,
nadie nunca sabrá qué es lo que te espera ni lo qué cantarás
cuando el barco se adentre ahí, en la oscuridad, al final.