Para ti, para este instante

¿Quién es Roberto Fernández Retamar? Bastaría con saber que es doctor en Filosofía, que nació un verano de 1930 en un barrio de La Habana llamado “La víbora”, y que es uno de los últimos poetas vivos de la revolución cubana. Pero nada de eso importa porque, como escribió Octavio Paz, “los poetas no tienen biografía. Su obra es su biografía”. 

Roberto Fernández, Chino Heras y Silvio Rodríguez en la Casa de las Américas, enero de 1996.

La primera vez que escuché el nombre de Retamar fue hace en 2011, cuando vino a México con su coterráneo Silvio Rodríguez. Ambos se presentaron en concierto en el Auditorio Nacional. Roberto leía un poema y Silvio contestaba con una canción. La voz grave y honda de Roberto contrastaba perfectamente con la de Silvio, que es aguda y metálica. Mientras Silvio presentó al poeta como su mentor y como su principal influencia, Roberto agradeció de forma humilde con las manos apretadas, quizá algo incómodo por el aplauso. “Con las mismas manos de acariciarte estoy construyendo una escuela”, recitaba Roberto y Silvio replicaba con su guitarra: “Te doy una canción y hago un discurso / sobre mi derecho hablar…”. Tal vez por eso titularon el concierto así: “Con las mismas manos”, que son las primeras cuatro palabras de un poema escrito en 1951 por Roberto y que veintisiete años después inspiró la famosa composición de Silvio “Te doy una canción” (1978). El concierto fue algo excepcional, no sólo porque con el formato de poema-canción se creaba un hondo diálogo entre ellos, sino por el sigilo que se respiraba en el entorno, era como si entre cada verso y cada acorde restaran el ruido inherente de las personas en el auditorio, un silencio que sólo puede lograr la poesía.

Aquella noche quedé tan conmovido que al día siguiente fui a buscar al poeta cubano a las librerías de viejo que están en la calle Donceles del Centro Histórico de México. Después de rondar todo el día entre libreros y libros, y de regresar a casa con las manos vacías y los pies hinchados, me di cuenta que en México era imposible leer en papel a Roberto Fernández Retamar. Lo último que me quedaba hacer era ir hasta Cuba. 

Pasó el tiempo y pensé que tal vez iba a tener que conformarme con el recuerdo de haber escuchado un puñado de poemas, hasta que un día llegó la oportunidad de viajar a la isla. Estaba emocionado, aquel viaje soñado desde la adolescencia representaba conocer el país del que tanto había escuchado en las canciones de Silvio y, también, por qué no decirlo, comprobar lo que decían otros colegas escritores sobre la gran abundancia editorial y los bajos precios de los libros. En ese entonces Fidel estaba vivo y Cuba era otra aunque siempre parezca la misma.

Lo primero que hice al llegar, además de quedar boquiabierto por la belleza atemporal de la ciudad, fue caminar por la calle Obispo que cruza toda La Habana vieja y que es famosa precisamente por la venta de libros de segunda mano. Topé de inmediato con la primera librería. “La moderna poesía”, un enorme letrero colocado arriba de una puerta de igual dimensión, en letras doradas atornilladas a la pared sobre un edificio gris con inmensas columnas. Más que librería parecía un templo. Entré como se entra a una iglesia para indagar en sus anaqueles colocados simétricamente como si fueran altares. El estante de poesía era el último, y fue ahí cuando pasé la vista con atención y torcí la cabeza para leer en un lomo gordísimo el título de “Antología personal, poesía reunida de Roberto Fernández Retamar”. Sentí cómo me faltó un latido. Lo saqué con cuidado para no perturbar a Nicolás Guillén y Fayad Jamis que lo apretujaban con celo. El forro estaba completamente despegado del lomo y muy maltratado, como si el dueño anterior hubiera querido desfigurar el libro para dejarlo sin identidad. Era el único ejemplar, así que tomé esa peculiaridad como una señal de que el libro me esperaba para ser reparado y, por supuesto, leído. Lo cargué con delicadeza y una sonrisa en las manos mientras me dirigía a pagar a la caja. Un cubano muy animoso me dijo que eran 10 pesos cubanos o un 1 CUC (la moneda para turistas que equivale al dólar), y de inmediato se lo di feliz, sintiendo lo que Roberto decía acerca del hallazgo de la poesía: vivo río de todo”. Sin duda, era el libro más barato y más valioso que había adquirido en mi vida.

Tal vez los poetas no tienen biografía como decía Paz, pero algo me hace pensar que sí conservan la nacionalidad, porque sus poemas son los que nos acercan al lugar donde fueron escritos: la tierra natal. ¿Cómo leer a Pessoa sin imaginar Lisboa? ¿O cómo hacerlo con José Emilio Pacheco sin recrear la Ciudad de México? Hay lugares que son personas. Roberto Fernández Retamar es una isla, es las fornidas ceibas de la selva, es las conversaciones nutridas del barrio, es las multitudes espesas de letras, es los sudores de las caminatas, es el olor a café de las calles de la Habana que siempre van a dar al atardecer.

Ese día me senté a leer en el malecón. Recuerdo bien que hacía un calor espantoso y que el sol estaba ahí como un gran ojo naranja a punto de extinguirse en el mar. Puse el libro abierto entre mis manos y dejé que el viento escogiera la página:

Absurda la idea de que sólo puedes escribir sobre lo que te ha ocurrido

(lo pequeño, lo ínfimo que le ha ocurrido a ese cuerpo, a esa vida entre sus fechas),

como si todo no te hubiera ocurrido, como si

hubiera una tarde que no cayera para ti,

como si todos los imperios destruidos, aventados por los desiertos, devorados por las selvas,

no hubieran conducido hasta ti;

como si el más lejano astro, extraviado al borde del universo,

y también los astros que hoy ya no existen,

y las nebulosas pensativas,

no hubieran trabajado, sabiéndolo o sin saberlo,

para ti, para este instante, para este poema (…).

No podía leer más, lo único que me quedaba era el sonido del mar. “Esto tienen de bueno los poetas, / Que han dicho lo que uno quería decir”. Pero aún así tenía el impulso de escribir algo para nunca olvidar esa experiencia, algo para intentar de algún modo cifrar la memoria de forma permanente. Esa tarde escribí en el único lugar que tenía libre, el lomo desnudo del libro:

La poesía siempre se revela en el momento preciso,

para ti, para este instante.


  • El concierto Con las mismas manos se puede ver aquí.
  • Para leer más sobre Roberto Fernández Retamar ve acá.
Javier Tinajero R.
Para reconocerse tuvo que andar a favor de los vientos.

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