Escribir

Foto: Mi escritorio, Octubre 2019.


«Escribir». Esa palabra con olor a papel, ligera como una pluma, inflamable como el silencio, seca como hojarasca, quieta como una montaña, más activa que un volcán. Palabra breve pero de largo aliento. Solitaria, puntiaguda, mil veces afilada para el amor o para declarar la guerra. Escribir es conjugarse en todos los tiempos: escribí, escribo, ¿escribiré? Verbo de muchas tesituras: Escribo para irme, escribo para regresar, escribo para ver. Palabra con manos, manos que son ojos, ojos que son lenguas, lenguas que son puentes. Basta este instante, un atisbo de horizonte, o un recuerdo en la piel para encontrarse perdido en el laberinto de esa palabra y todas sus paradójicas texturas. Escribir es decir, decir es desear, desear es contradecirse, a bocajarro, con la certeza del desconcierto, en la incertidumbre del presente. Todo: lo mirado, lo escuchado, lo sentido, deja una impronta en nosotros. Algo significante: esa experiencia que llamamos pensar, ese tejido discursivo que convenimos todos como realidad. Escribir es revelar y rebelar lo real, recrearlo. Ya sea que se haga parado como Hemingway, sentado en un Café como George Perec, en un cuarto propio como Virginia Woolf, en lo salvaje como Thoreau, caminando como Octavio Paz, atendiendo el mundo como Susan Sontag, escuchando al tío Celerino como Rulfo, o a ciegas como Borges; en todos los casos, esos rituales, esas bravas obsesiones, son habitar un espacio, una geografía, un cuerpo. Y aunque la escritura también es viaje y migración, siempre es arquitectura de uno mismo. Escribir es una casa de la infancia, jardín de la memoria, soledad colectiva, una ciudad. Porque escribo para encontrarme, tocar tu distancia, saborear la vida con mi lengua materna. La escritura me define y me da un lugar en el tiempo. Estas palabras, estos engranajes de sentido, me otorgan significado, pero solo cuando tú las lees. Escribo y confirmo mi existencia, mi relación con el mundo y los otros. Escribo e intento expandir mi memoria, dejar un rastro, una huella, algo en los signos negros que me permita contrarrestar el olvido. Escribo para estar aquí.

Javier Tinajero R.
Para reconocerse tuvo que andar a favor de los vientos.

Escribe un comentario

A %d blogueros les gusta esto: